Aunque es una palabra de moda en el ámbito de la salud emocional, el término «resiliencia» proviene de un marco tan diferente como es la física de materiales. Ahí se refiere a la capacidad que tienen algunas sustancias para recuperar su estado inicial cuando cesa la perturbación a la que se había sometido. Es resiliente, por ejemplo, el globo que recupera su forma inicial cuando se desinfla; y lo es también el muelle que vuelve a su forma original cuando cesa la tensión que le hizo estirarse o encogerse.

Cuando nos referimos a las personas, reconocemos la cualidad de la resiliencia en aquellas que han sido capaces de sobreponerse a situaciones de adversidad. Generalmente, aplicamos ese término a quien no solo supera los momentos difíciles, sino que lo hace de manera que se fortalece y está mejor preparado para afrontar los nuevos retos que en el futuro, con toda seguridad, van a aparecer.

Al hablar de resiliencia es muy frecuente recordar a Viktor Frankl. Este psiquiatra vienés, tras vivir en un campo de concentración en condiciones miserables, recoge su experiencia en el libro «El hombre en busca del sentido» y se acaba convirtiendo en el padre de la Logoterapia: una forma de ayudar a las personas a superar la adversidad y encontrar sentido a su vida. Tim Guénard cuenta recientemente en «Más fuerte que el odio» cómo pudo enfrentarse en su edad adulta a una infancia marcada por los malos tratos, la enfermedad y el abandono. Ahora dedica su vida a acompañar a jóvenes desfavorecidos. Hay otros muchos casos anónimos que podrían servir de modelo, como los de tantas mujeres que, tras una vida de postración y sometimiento a sus parejas, deciden liberarse de una relación que las ha hundido moralmente y abren una nueva página en su vida empezando a veces desde cero. Podrían mencionarse otros muchos testimonios de personas extraordinariamente resilientes. Pero, sin duda, todos tenemos cerca ejemplos que, aunque sean menos conocidos, son también muy inspiradores.

En realidad, cada uno de nosotros ha superado enfermedades, ha aprendido lecciones vitales a partir de experiencias duras, ha salido adelante tras el fracaso de un proyecto o la quiebra de una relación personal. Todos somos resilientes.

No obstante, es fácil entender que la resiliencia sea una cualidad muy apreciada hoy en día. El entorno tan cambiante en el que vivimos, donde abunda la precariedad laboral, las relaciones personales superficiales y volátiles, la amplísima oferta de productos en la que todo está a nuestro alcance pero nada nos satisface, nos lleva a conceder un especial mérito a quien es capaz de sobreponerse ante las circunstancias poco favorables y salir airoso. La resiliencia está de moda, como lo está su correlato en el mundo empresarial: el emprendimiento, uno de cuyos mantras más repetidos es la sugerente sentencia de John D. Rockefeller:

«En todo fracaso hay una oportunidad nueva».

Parece que incluso las empresas pueden ser resilientes.

La buena noticia es que la resiliencia se aprende y se puede reforzar. Si quieres cultivar tu resiliencia, prueba a fortalecer las siguientes cualidades que la sostienen.

  1. Confianza. Es mi radical convicción de que es posible el cambio a mejor, y que los recursos necesarios están en mí mismo.
  2. Flexibilidad. Es mi capacidad de cambiar el modo de pensar , de sentir o de actuar para adaptarse a las circunstancias sin que se produzca una ruptura personal.
  3. Vitalidad, o Intensidad en la vivencia de las emociones. Consiste en dar mucha fuerza y relevancia a mis sentimientos y emociones, ya que es una buena manera de apostar por la vida. Pero eso no me hace olvidar a los demás. Procuro expresarme con asertividad, pero siempre trato de validar la opinión de los otros y respetar su modo de ser.
  4. Visión de conjunto. Quiero dejar de valorar las circunstancias solo en función de cómo me afectan personalmente.  Quiero apreciar la otra cara de la realidad: donde percibo la luz, descubro también las sombras; donde veo sufrimiento, busco la forma de aliviarlo; cuando estoy agotado por el esfuerzo, me animo con el consuelo de la meta; si estoy triste y hundido, me reconforta pensar en la enseñanza que puedo extraer del momento.
  5. Conexión con los demás. Alimentar el contacto personal, la amistad y el cariño con familiares, amigos, compañeros, vecinos, fortalece la estima propia y la solidaridad. Desarrollar mi empatía para comprenderlos me estimula para dejar de estar en el centro del universo y para dar cabida en mí a una realidad más amplia.
  6. Pasión por aprender. Siempre las cosas se pueden hacer de otra manera y quiero encontrar la forma en que mi beneficio personal se integre mejor con el bien común.
  7. Propósito. Procuro que los distintos objetivos y tareas que me planteo en la vida tengan valor en función de una meta más transcendente que otorga sentido a mi existencia: cuido mi vocación vital.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *